El jazz que surgió del frío
El jazz se creó en Norteamérica como un cóctel que contenía música europea y elementos africanos. Pero enseguida viajó a Europa con mucha fuerza gracias a la presencia sobre todo en Francia y en los países escandinavos de grandes maestros del jazz norteamericano “exiliados” de su país en busca de mayor reconocimiento. Sydney Bechet, Miles Davis, Lou Bennet, Dexter Gordon, Kenny Clarke, Lucky Thompson, Stan Getz, Oscar Pettiford, Kenny Drew, Ben Webster, Johnny Griffin, Chet Baker, Don Byas son algunos ejemplos de jazzmen atraídos por el público europeo, entre el cual pasaron grandes temporadas, influyendo y colaborando con músicos locales, a los que les era difícil apartarse de la estela dejada por el vigoroso jazz norteamericano. El primer estilo propio europeo reconocible, aislado en el tiempo, fue el gipsy jazz, que tenía como luminarias a Dyango Reinhardt y Stephane Grappelli. Pero transcurrió alguna década más hasta que algunos europeos incorporaron al lenguaje del jazz innovaciones significativas basadas en cada una de sus culturas de origen.
Los países nórdicos han reverenciado y apoyado el jazz desde hace mucho tiempo. El exponente más conocido desde los comienzos del jazz moderno fue el contabajista danés Niels-Henning Orsted Pedersen, fallecido en 2005 (NHOP: “The Great Dane with the never ending name”), que practicaba un jazz exento de colores locales daneses. Ya a partir de la década de los 70, al igual que en el resto de Europa, los jazzmen escandinavos consiguen tener voz propia, aunque con tendencias distintas en cada país y, sin que por ello dejen de coexistir distintos estilos. “Generalizando mucho –dijo el pianista sueco Esbjörn Svenson, fallecido en 2008 en un accidente de buceo- el jazz de Dinamarca es bastante tradicional, suena muy parecido al norteamericano. El de Noruega, en cambio, es novedoso: experimentan mucho con máquinas, sonidos, colores, y crean un estilo completamente propio. En Suecia estamos algo así como en el medio”. Los paisajes gélidos, solitarios e infinitos de Noruega parecen evocarse en la música del saxofonista Jan Garbarek, el máximo exponente de ese sonido neo cool. Para algunos ha hecho brotar una nueva y hermosa rama dentro del árbol del jazz, pero para otros está demasiado alejado del swing que debe suponerse en cualquier manifestación jazzística y escorado peligrosamente hacia la música “ambiente”. En cualquier caso con su fórmula ha obtenido un éxito desbordante e influenciado a muchos músicos, principalmente escandinavos.
La aparición de este jazz característico ha sido apoyada notablemente por la discográfica ECM (Edition of Contemporary Music), cuyo lema es que la música es “el sonido más bello después del silencio”. En estos tiempos en que los discos parecen estar en trance de desaparecer y la música corre el riesgo de convertirse en un artículo de consumo para usar y tirar, las esmeradas ediciones de ECM son fuente de conocimiento y un verdadero objeto de deseo para el melómano.
Nuestro grupo invitado es un ejemplo de la variedad que coexiste dentro del efervescente jazz nórdico. En su caso está muy presente el jazz más genuino, anclando sus raíces en una época esplendorosa, la del hard bop, que hizo a esta música universal.
––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
¿Jazz latino cerca del círculo polar ártico? Recordemos a Bebo Valdés, refugiado en Suecia durante 30 años de relativo anonimato, tocando todo tipo de música en hoteles y academias de ballet, hasta que fue redescubierto por Paquito D’Rivera en 1994 y por Fernando Trueba para su Calle 54 en el 2000. Actualmente goza, a sus 92 años, un merecido reconocimiento mundial ¡Caprichosa fama!